Las chicas Gilmore han llegado pisando fuerte a mi vida, y con ellas un par de pelis regulinchis, algún que otro true crime y un libro que me esta sorprendiendo mucho. La verdad es que si pudiera firmar un contrato vital en alguna parte, seguro que incluiría una cláusula en la que especificaría por escrito y en letra mayúscula que: «quiero ver el mar y tomar café con una amigas todos los lunes de mi vida» firmaría con mi nombre y con el epílogo: ahora sí, los lunes son menos lunes. Porque sí, hoy no es un lunes cualquiera.
Ayer me di cuenta de que estábamos en lo aquí, en mi tierra, llamamos «l’estiuet de San Miquel». Unos días de calor, que son como un pequeño paréntesis al principio del otoño. Para mi, los días en los que el verano y el otoño se abrazan y vuelves (por un momento) a los shorts, recordándote que en poco tiempo el moreno de tu piel desaparecerá y podrás estrenar todas las chaquetas y abrigos que adquiriste como auténticas gangas al final de la temporada pasada y que llevas viendo todo el verano colgando en ése perchero que ya hace tiempo que no entiende de estaciones.
Y es que, este finde ha sido exactamente eso: el pequeño verano que necesitábamos para cargar pilas y volver al ruedo. Culminado con un bonito café de lunes con el mar y ese chute de energía extra que nos ha puesto las ganas a tope. Hoy también he aprovechado el día para hacer algo muy millennial, limpiar mis redes y dejar de seguir cuentas que hacía ya tiempo que no me aportaban nada, esto ha sido como una auténtica limpieza de chacras. Soltar para dejar que entren nuevas energías y conexiones. Eso sí, intentaré no olvidarme de lo aprendido para no repetirme más que la sopa de ajo.
Pero este pequeño recuerdo del verano también me ha servido para reafirmarme en qué, aunque utópico, idílico y bonito, vivir en un verano eterno también me resultaría aburrido y repetitivo (como la canción de Miki Nuñez que fue parte de mi banda sonora en 2020). Al menos a mí la sensación de taparme con una manta me gusta tanto que renunciar a ella sería un auténtico sacrilegio. Y reconozco que me muero de ganas por elevar mis looks otoñales a otro nivel con mi pequeña colección de boinas. No veo el momento de estrenar mi boina roja al más puro estilo Emily in Paris.
Y es que lo bonito del verano es precisamente que no dura para siempre, igual que el invierno y su nieve… que sabes que igual que viene se desvanece. La actitud que tenemos en verano, eso sí que debería durarnos todo el año; igual que los amores de verano y la sangre alterada por la primavera causando estragos y caídas millonarias de apps de citas, porque en otoño, el mejor sitio para il a ligar deberían ser las librerías.