Para, mira pasa

No sé en qué momento he comenzado a necesitar una pausa en mi vida, parar para mirar alrededor y volver a reorganizar mis prioridades. Como los objetos varados en esa mudanza que todavía no he hecho definitivamente, los acontecimientos me piden un cambio, una evolución necesaria para construir algo sólido. ¿Al final de mis días acabaré dándole la razón a Bauman? Espero que no, aunque mi reflexión, contundente a los 25, vacila un poco a los 33. Siempre fui muy líquida, muy de fluir y surfear los cambios… ahora me siento más pesada, menos enérgica y demasiado cansada para afrontar todas esa adaptaciones constantes de esta vida tan moderna.

En el curioso paradigma de los sueños cumplidos, tengo pocas quejas. La constancia parecía, a priori, no ser mi punto fuerte, pero siendo yo una escéptica total en el universo de las proyecciones, me siento extrañamente realizada con los grandes tótems de la adolescencia. He viajado a casi todos los lugares que había soñado un millón de veces y, siendo una viajera permanente —aunque creo que nunca tendré suficiente—, puedo hablar con cierta propiedad de algunos destinos habituales y de otros… (mis favoritos) que no lo son tanto. Hacer de mis viajes reportajes fotográficos y cuadernos es algo que he encontrado por el camino, como sin buscar… y ahora son la llama que prende la vela.

No me siento especialmente triste esta semana. No sé si el mercurio está retrógrado o la luna ascendente… pero sé que estas vacaciones son muy necesarias en mi microuniverso. Para, mira, pasa. Ese letrero que se puso de moda un tiempo en las ciudades me deja bloqueada ante el abismo de un paso de peatones que no sabemos a dónde va. No hay un semáforo del que fiarse, pero sí algunas manos amigas que te ayudan a cruzar. Cada día, cada año, cada uno de nuestros cuentos sin final pesan en la mochila invisible que cargamos a cuestas.

Me gustaría detenerme infinitamente en los cuentos sin final, en las historias que no acaban o en todas aquellas cuyo final es tan evidente que pasamos la página sin determinar el desenlace. Me gustaría detenerme infinitamente en todos los porqués: ¿Por qué no se despidió? ¿Por qué desapareció? ¿Por qué tengo la sensación de que la culpa soy yo? ¿Por qué…? Pero no tengo tiempo, igual que no tengo tiempo de incluir todos los ¿Y si…? de mi vida en el bucle infinito de pensamientos intrusivos que me invade de forma inoportuna, sore todo de madrugada. No tengo tiempo de pensar en por qué el vinilo acabó siendo plano y no aquel cilindro que inventó Edison, no tengo tiempo de pensar en qué momento cambió el contexto, la vida o las circunstancias… no tengo más tiempo que el de mirar hacia adelante y caminar.

Ahora toca parar, mirar y continuar. Enero y sus comienzos están a la vuelta de la esquina. Ya nos curaremos la heridas en marzo.

Nos leemos la semana que viene,

Júlia

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