Sobre la romantización de las cosas

Ser una romántica empedernida puede ser una virtud, siempre que no se convierta en el mal hábito de perdonar y permitir, sin ton ni son, cualquier cosa sobre tu persona. El famoso trend “y aún así me quedé” me pone los pelos de punta, y creo que romantiza situaciones al más puro estilo princesa de Disney, aunque su finalidad sea conseguir el efecto contrario.  

Romantizar es algo que, por norma general, me viene bastante mal. Romantizar los brackets o, en las últimas semanas, la famosísima ortodoncia invisible… ¡no veas cómo me duelen los dientes! Que sí, que no se nota… pero qué dolor más absurdo para conseguir la dentadura propia de una muñeca Barbie. Hay otros temas que no me cuesta reconocer que he romantizado bastante. Pasar tropecientas horas desplazándome por el globo para llegar a un destino, por ejemplo, es otra cosa fastidiosa que romantizas para poder sobrellevar.  

Me parece curioso que el común de los mortales romantice, absoluta y rotundamente, el concepto de “fama y popularidad”. Yo, sin embargo, me considero una escéptica en este tema en particular. Bajo mi punto de vista, el éxito en un campo concreto es algo que me atrae, pero la fama en sí… no tanto. Conozco a personas de éxito absoluto en su campo que sin embargo conviven una fama o popularidad inexistente, admiración si… pero eso es otro cantar. En mi caso particular, odio tanto las mentiras que no creo que pudiera gestionar bien del todo que las personas, en su oficio mundano de hablar por hablar dijeran cosas que no fueran ciertas sobre mi vida. Si bien es cierto que, siendo yo una moderna de pueblo, convivo con acontecimientos de esta índole demasiado a menudo. Con el tiempo, me he dado cuenta de que, al final, la gente siempre va a hablar de ti, y cuanta más gente te conozca, simplemente serán más personas hablando sin saber absolutamente nada. En definitiva, creo que me da un poco igual todo ese rollo.

Lo bueno (y lo malo) de las redes sociales, e Instagram en particular, es que, en cierto modo, tú controlas el discurso. Cuentas lo que quieres, de la manera que te apetece… romantizando (eso si) un poco tu estilo de vida. Cuando me preguntan cómo y dónde nació “Viajadora Permanente”, siempre cuento que se trata de un personaje que creé hace muchísimos años, basado en mí misma… pero que, por nada del mundo, soy yo. Es solo una proyección de aquello que me apetece contar de una forma muy concreta: el v-log.  

Entre todas las romantizaciones posibles, la otra que más me asusta es la de las amistades, la familia o las propias relaciones, sean del tipo que sean. A través del cine y la cultura pop, nos han creado unas necesidades sociales con estereotipos idealizados, como Friends, Sexo en Nueva York o cualquier serie en la que las relaciones humanas son demasiado bonitas para ser reales. Durante años busqué ese tipo de relaciones en mi vida y fracasé… Mis amigos, familiares o parejas han sido personas mucho más humanas, cargadas de defectos a los que una se acostumbra porque, al final, todos arrastramos una mochila bastante grande de decepciones.

Sin embargo, y pese a todo, soy una romántica empedernida que da saltitos de alegría cuando se emociona demasiado. Soy el tipo de persona que se sorprende rápido y de forma sincera. El otro día, por ejemplo, mientras paseaba por las noches de Japón, me encontré con una musiquita que me resultó demasiado familiar. Empecé a buscar, a dar vueltas y… voilà, allí estaba, delante de mis narices: el rincón más Harry Potter de todo Tokio. Me emocioné, sin aspavientos, pero con saltitos. Corrí de aquí para allá como si no hubiera visto algo tan bonito en mi vida. Y es que, aunque tiendo a pasar las fiestas de Navidad en lugares donde esta no es para nada importante, a veces se me olvida el drama y me emociono con un árbol de Navidad o unas luces de colores.

Disney es otro lugar donde no sé si los sueños se hacen realidad; tampoco estoy segura de que las fantasías se cumplan… Eso sí, en Disney puedes emocionarte profundamente sin que nadie te mire, te juzgue o piense que eres una futura loca de los gatos. En el Disney de Tokio he visto a las personas más peculiares del mundo emocionarse por un autógrafo de Geppetto (sí, el papá de Pinocho) o por un besito de Chip y Chop, las ardillas más traviesas del parque. Sin duda, este sitio ha romantizado por completo la felicidad. Los trabajadores del parque saludan sonrientes todo el tiempo, como si hubieran sido poseídos por una necesidad imperiosa de transmitir felicidad, una felicidad fingida para encubrir una soledad palpable de personas que, camufladas entre familias, paseaban solas, cargadas con cantidades absurdas de peluches colgados de cualquier complemento.

Lo de Disney sigo sin comprenderlo; sigo sin procesar este perfil japonés de personas que van solas al parque, acompañadas de su peluche favorito, del que tienen, seguramente, absolutamente todos los gadgets posibles. No creo que sean frikis; creo que se trata de personas atascadas en un bucle espacio-temporal mucho más cercano a la infancia que a la edad correspondiente a cada uno. Me gustaría pensar que estas personas tienen una vida normal y que, fuera de Disney, son adultos con vidas tranquilas, coche, casa e hipoteca… pero no sé… algo me dice que la tristeza latente en la forma en que se emocionaban esconde una realidad mucho más tóxica.

¿Y tú? ¿Cuántas cosas has romantizado ya en lo que llevamos de año?  

Nos leemos la semana que viene.  

Júlia Esteve

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