Lo sé, es miércoles. Pero esta semana, el lunes era demasiado lunes como para sacarle provecho más allá de las obligaciones relacionadas con eso de ser un adulto funcional. Sinceramente, el primer lunes, LUNES, el primer lunes de verdad del año no me lo tomo muy en serio. Creo que está ahí para recordarnos que, por mucho que proyectemos y tal, la realidad… después de las campanadas y los 23 rituales de Año Nuevo en Kioto, sigue siendo la misma que en 2024, y eso no tiene por qué significar absolutamente nada malo. De momento, me sigue encantando eso de enseñar cine porque en cada clase, en la creación de cada esquema o apunte, aprendo siempre, siempre, algo nuevo.
Desde que enseño cine (esta es la definición de mi trabajo y de ella no me bajo, aunque reconozco que está un pelín romantizada), me permito ver tantas películas y series como el cuerpo aguante, y eso, gente, en mi caso… es muchísimo contenido semanal. Haga lo que haga en mi día a día, siempre tengo una playlist, un podcast, una peli o un libro entre manos. Un montón de historias llegando a mi cerebro en forma de cascada para confirmar o desmentir si tenía razón en esta u otra cosa… Creo que, si hay algo que no ha cambiado en mi vida en todos estos años, es la curiosidad; esa siempre viaja conmigo y no me deja dormir cuando algo me interesa demasiado.
Dicho esto… hoy quería hablar del frío. Esta mañana he visto el símbolo de la nieve en mi coche, y aunque sé que la probabilidad de que nieve entre Oliva y Alicante es entre super baja e inexistente, me he emocionado un pelín. Tanto, que he tirado del freno de motor para evitar que mi coche patinara sobre unas, claramente inexistentes, placas de hielo. El frío está aquí, y no solo porque mi padre (que ahora acaba todas las frases con el «niño» típico del presentador de moda en la tele) no para de repetir «¡Qué frío, niño!», sino también porque ya no se ven (casi) adolescentes en manga o pantalón corto, y cuando se hace de noche, hasta los runners se esconden.
El frío ha llegado y, con él, el olor a humo, la leña en las casas y mi cosa más favorita del mundo: la chimenea con manta, sillón orejero y un buen libro. Con el frío también menguan las ganas de salir de la cama; no apetece tanto enfrentarse a las mañanas y salir de tu lugar seguro (ese en el que nunca entran los monstruos) cuando hace frío. Y, a menos que te vistas como una cebolla, poniéndote ropa encima del pijama (práctica que todos hemos hecho más de una vez), o optimices el tiempo y la temperatura durmiendo vestida con la ropa de mañana (si estás de viaje y tienes que madrugar, está totalmente justificado; si además no te quitas los zapatos y te dejas la cámara colgada del cuello para no tener que buscarla de madrugada, ya eres, sin saberlo, una viajera permanente) quedarte durmiendo es tu deseo más recurrente a las 6 de la mañana.
Otra de las cosas que me pesan de estas fechas es que casi siempre es de noche, tengo la sensación de que el único ratito diurno del día lo paso trabajando y eso supongo también tiene un fuerte peso en el estado de ánimo de la gente en general. El estado de ánimo de la gente en general es el de la cuesta de enero, es como si de repente todo el mundo estuviera un poquito menos contento. Solamente hay un pequeño porcentaje de la población, los esquiadores, que valoran como toca las ventajas de que haga un montón de frío. Yo sigo deseando que nieve en mi pueblo, aunque no podamos esquiar por el paseo, podríamos, al menos, cumplir el sueño de pequeños de hacer un muñeco de nieve en el jardín, en el balcón o en el parque.
¿Y tú? ¿Cómo sobrellevas las bajas temperaturas? Os leo en comentarios,
Júlia Esteve