Hace tiempo que siento que debo decir algo el 25 N día internacional de la eliminación de la Violencia Machista. Desde que soy profesora les digo a mis alumnxs que su experiencia a la hora de narrar es importante, vivir algo en primera persona no te convierte en catedrático de nada, pero te da un punto de vista único que si quieres puedes compartir.
Si buscas en internet la fecha de hoy enseguida comprendes que no es un día cualquiera y que siendo mujer y habiendo sufrido violencia en una (o más) etapas de tu vida, puedes parar, reflexionar y decir alguna cosa al respecto. Y puede que con suerte remuevas alguna consciencia porque según un informe de ONU Mujeres, basado en datos de 13 países desde la pandemia, 2 de cada 3 mujeres han padecido alguna forma de violencia o afirman conocer a alguna mujer que la sufre. A mí personalmente estos datos no me extrañan para nada.
Podría meterme de lleno en el meollo de contar mi experiencia personal, pensar que eso es lo importante y desear que alguna víctima se identifique y pida ayuda (llama al 016 si crees que estas sufriendo algún tipo de violencia de género). Podría narrar un relato de terror basándome únicamente en los puntos demostrables de mi historia y aun así no cambiaría absolutamente nada. Lo sé porque aunque cueste de creer, cuando te sientes prisionera de la vida que siempre has deseado, luchas, te autoengañas y te mientes acerca de lo que tienes delante. Te mientes tanto que al final puedes llegar a pensar (como en mi caso) que tu peor enemigo eres tú y no la persona que tenías delante.
En ese momento dudas de todo pero sobre todo dudas de ti misma. Te das cuenta, de repente, de que no vales para casi nada porque la ansiedad ha tomado el control de tu vida. Te cuesta horrores levantarte de la cama pero lo haces y haces absolutamente todo lo que se espera de ti, no sea que la cosa empeore. Cuando esto pasa durante muchos días seguidos, tú cárcel sin barrotes te acompaña casi a cualquier parte; hasta el momento en el que él vuelve a casa contento, en ese momento todo es jodidamente perfecto y siempre, siempre, siempre te quedas con ganas de más.
¿Estas dispuesta a pagar el precio? Te preguntas, y claro… la respuesta es siempre que sí. Cuando me dijo: «si te hubiera querido dar con la lima de obra en la cabeza lo habría hecho sin problemas» yo simplemente me dije a mi misma que lanzó hacia mí porque no podía contener su rabia, había tenido un día duro, así que disimulé el temblor de mi mano como pude y acabamos cenando en un restaurante precioso, me compró mi tarta favorita y jamás pidió perdón (eso sí me dijo que no volvería a pasar algo así, otra de sus innumerables mentiras).
Lo que para mí quedó claro es que no siempre puedes pagar el precio, seas más o menos consciente de tu situación todo tiene un límite, incluso tú y desgraciadamente para nosotras, si aguantamos hasta el final, nos espera demasiadas veces la muerte. Yo me di cuenta de esto, por primera vez, cuando vi en terapia mi relación reflejada en la escalera de la violencia de género y para ese momento la relación ya llevaba un tiempo terminada. La escalada de violencia que viví en los últimos días de mi relación me alertó y pedí ayuda. Tuve suerte, tuve muchísima suerte… Mis padres me salvaron.
No fue fácil para ninguno de los tres. Para mi padre muchas veces implicó estar callado, porque no entendía que mi camino no era el de pasar del amor al odio, era el de pasar de la dependencia emocional y casi adictiva a quererme, valorarme y reconstruirme; aunque yo tampoco lo entendía muy bien y seguramente cuando hablaba me contradecía en mis discursos. Mi madre aguantaba mis charlas, mis llantos y mis idas y venidas emocionales de una manera que admiro, su comprensión e inflexibilidad matemáticas siempre me dieron fuerza.
Aunque pasara hace años, publicar una experiencia personal de este tipo siempre te trae esa sensación de estar removiendo un avispero, es decir: tienes miedo. Miedo de que vuelva, miedo de que tu trauma se convierta en etiqueta y ésa etiqueta pase a formar parte de lo que la gente percibe de ti, miedo a que tu pequeño mundo vuelva a oscurecer, miedo a la ansiedad, claro y miedo a caer, sin saberlo, en otra trampa. Supongo que por eso, he tardado tanto tiempo en escribir sobre ello. Hablarlo siempre costó menos por lo efímero de la conversación oral.
En resumen diría, que el infierno de Dante esta en la mismísima tierra, detrás de la puerta de algunas casas se esconden auténticas pesadillas. Pedir ayuda es de valientes y salir de ahí de super heroínas.
Un abrazo enorme,
Júlia Esteve