Aquí estoy, de nuevo.
Paré porque sentí que mi cabeza me pedía tiempo. Tiempo para procesar, volver a podar mi árbol de creatividad y esperar a que, en primavera, florecieran de nuevo los naranjos, anunciando nuevas frutas… y quién sabe, quizá algún libro por recoger. Soy muy de empezar de nuevo en primavera, porque yo —como la poesía y las flores— nací un 21 de marzo.
Hace tiempo que me sentía constantemente observada, como ese cantante que transita su vida desde un escaparate en Madrid. Y, como a él, en mi pequeña burbuja vi cómo los observadores de mi vida intentaban no dejarme dormir.
No puedo decir que mi vida haya dado un giro de 180º en este tiempo, porque sigo en el mismo sitio y todo, podríamos decir, está exactamente igual… pero sí, todo ha cambiado. En este tiempo he llorado y he reído mucho. He escrito, hecho fotos, collages, mejorado mi receta de tortilla, leído, estudiado, olvidado y transitado un montón de cosas.
He aprendido que, a veces, tienes que hacer las cosas mal simplemente porque alguien decide que no las hagas bien. Y no por eso debes culparte, aunque sepas que es una mierda y una putada para alguien, porque no tenías opción. Me gustaría cambiar el mundo, y lo único que he podido cambiar es mi pequeña burbuja.
Me gustaría que la vida fuera como Instagram, y hay días en los que siento que mi única interacción con humanos debería reducirse a eso: ver cuatro vídeos virales donde solo aparece la parte bonita de la vida de los demás y, después, leer un libro tremendamente crítico con una sociedad clasista y desfasada, heredada de nuestros predecesores. Y así, sentirme un poco más en armonía con mi entorno.
Sentirme como Virginia Woolf sin su habitación propia. Porque si aquello era una metáfora sobre el lugar de las mujeres… amiga, te entiendo. Y mi habitación propia —esa donde existir— nunca podría estar en el bullicio de Kioto, Manhattan o Malasaña, tan fuera de nuestro alcance ahora que somos hormigas obreras.
Somos parte de un contexto social, homologado por franquicias que nos ayudan a creer que el sueño americano —avalado por millones de influencers— está justo a la vuelta de la esquina.
No quiero ser la heredera universal de un prompt —y que me perdone ChatGPT— ni verme envuelta en campañas de autoodio infundado, destinadas a hacerme perder, en algún momento de mi vida, aquello que siempre he conocido como principios.
Paré y he vuelto, para enseñar la parte más creativa de mi vida. Y en ello estamos. Bienvenidas, una vez más, a este rincón crítico de mis pensamientos.
Júlia Esteve Fuster